14 de febrero de 2008

Capítulo 7. 72 horas en de cúbito supino

Ella dió el primer paso, nunca había mirado a nadie de aquella manera. Me lo reconoció esa misma noche, completamente desnuda, sobre un edredón de plumas que había comprado en ebay. Sentí como millones de miradas sólo insinuadas se agrupaban formando la palabra sexo en su rostro. El animal que nunca hemos dejado de ser juega muchas malas pasadas. O buenas. María, como no pódía llamarse de otro modo mi mujer católica, paladeo el sonido de palabras como deseo, urgencia, frenesí, pecado; y algunas otras que sólo había conocido en las cajas de ciertos medicamentos.
Su despertar fue un celo. Repentino, matemático y breve. A la tercera noche juntos sólo nos habíamos separado el tiempo justo de acudir a nuestros respectivos trabajos. Sin embargo, habíamos hablado muy poco, y es que el monosílabo muchas veces ímplica la máxima significación.

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